Guerra

La guerra empezó hace largo rato, ya. Se retuerce frente a nuestros ojos, pero no nos importa, porque somos civiles. No tenemos posibilidad de influir en esos acontecimientos, no estamos capacitados para actuar en el campo de batalla. Mejor, para que arriesgarse y amargarse fallando, cunado se puede estar tan cómodo, se puede seguir de largo embutido en el aura protectora de la vida cotidiana. La guerra ya esta aquí, cada una de nuestras decisiones significa la muerte de miles de vidas o la salvación de naciones enteras, cada paso nos acerca o nos aleja más a nuestro final, nefasto o sublime. La guerra ya esta aquí, debemos aceptarla. Aceptarla aunque sea para anularla, para oponerse, pero no negarla, porque eso no le hace ningún daño. Los amigos yacen desangrándose en la calle, nuestra familia se acurruca en los rincones del sótano, se escuchan las bombas que caen y sacuden el piso, alguna criatura llora en la distancia, un escalofrío te recorre la espalda, pensando en si podrás encontrarla y salvarla a tiempo, las tropas ya están cerca. Recorres los escombros de un lado a otro y el llanto se te sigue escapando en la confusión, tus sentidos no se deciden entre zambullirse en llanto y dejarse llevar desesperadamente al bebe o si seguir prestando atención a tus espaldas, a las bombas que caen en la distancia, a los disparos y gritos, a las botas que te van a rodeando y los rifles que se van preparando, mientras seguís recorriendo los restos de lo que alguna vez pudo haber sido un hogar. Sabés que la criatura esta a unos pocos metros, pero ya no querés encontrarla, se te acabo el tiempo. El niño deja de llorar en la distancia, quizás alguien más llego a tiempo. Pero se calla, como si supiera que ya no puede llamarte y no te lo reprocha...¿Cómo podría? Un escalofrío te recorre la espalda, disparan y la guerra sigue sin vos.