martes, noviembre 24, 2009

Como esa vez a los ocho años, en una noche oscurísima donde cada detalle se veía con precisión. Estaba en la cama jugando a Dragon Ball Z porque no me podía dormir y de golpe me dí cuenta: Me iba a morir. Ahí o entonces, lo sentí por primera vez, una estaca fría en el medio del corazón bombeando veneno gélido y constrictor directo en las venas. Pasar de una visión mística-infantil de la conciencia proyectada hacia la oscuridad eterna de la tumba a comprender que ni oscuridad ni nada. Especular sobre la no-conciencia desde acá.
Todo, sin principio, ni fin, ni mucho menos un medio desde el cual encuadrarnos en nuestra primera persona y sentirnos abstraídos del mundo.
Nada desaparece, todo se transforma. Te degradas, fluís, aunque lo sepas o no. Porque nuestra individualidad dura lo que dure nuestra negación a dejarnos llevar por la unidad.
Luego ya no existe ni conciencia (o sí, pero no), para discriminar entre instancias de realidad, tiempo o limite y medida alguno. El infinito ya te tenia en el bolsillo, aunque vos seas parte del infinito y del bolsillo, y aunque vos necesites entender las cosas temporalmente y creer que alguna vez estuviste en otro lugar y SOBRE TODO aunque lo que excede al ser humano excede también a su lenguaje, a su hígado a cualquier otro apéndice.

¿POR QUÉ LA MENTIRA ES TAN DULCE?
Nuestra vida es la mentira, es creer que uno es un individuo humano del planeta tierra cuando en realidad uno es solo una nota más de una música inconmensurable que no podemos oír, efímeros y mínimos.
Solo tenemos un puto segundo y lo malgastamos en una ilusión. Luego dejamos de darnos cuenta de todo y nos damos cuenta de todo.
Lo sé y por siempre (pero hasta que muera) estoy cristalizado en este único momento de certeza total, completa incertidumbre y pánico milagroso: Nada tiene sentido.

El Todo es acumulación de Nada.

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