lunes, agosto 17, 2020

20200514 aVenturas en el interior

En un pueblo del interior, al lado de la ruta hay una feria. Las hileras de puestos tienen productos y comerciantes. Pero están todos angustiados, ya nadie las recorre para comprar. A los costados de la feria el pasto crece alto y abandonado. Las casas derrumbadas a ladrillo desnudo y una planta nuclear en desuso completan la escena. Ventura va en chomba con un micrófono hasta uno de los puestos, lo sigue un camarógrafo. Los puesteros le cuentan que hubo un evento, una carrera o una filmación, después un festival. Muchos viajaron, sacaron préstamos para poner sus negocios en la feria. Pero que luego no vino más nadie para este lado. Así quedaron: puesteando en un pueblo fantasma. 


Nadie puede probar que ahí hubo un asesinato, entonces nadie va a hacer justicia, ni tampoco filmar el documental. El chimentero va hasta una de las casas derrumbadas y dice "¿Pero esos dos agujeros de bala qué?". Todos se llenan de emoción y algarabía. Al instante el pueblo se llena del equipo de filmación y turistas para la realización de un documental sobre el crimen. 


Estoy en la casa del siniestro participando de la fiesta de fin de rodaje. Cuando quiero hablar de plata con Ventura o los productores, me ofrecen un brindis y comida, todos ríen y se alejan. A la puerta del costado viene un señor viejo, medio petiso, con lentes culo de botella que tapa su pelada con una raya al costado toda engominada. Viene a pedir el dinero de la mafia. Le explico que no me dieron nada, cero, que cuando les pido que nos paguen me ofrecen comida. Logro que no se la agarre conmigo y empezamos a elaborar un plan. En realidad no pensaban filmar un documental, van a hacer una película de terror con Ventura de protagonista que empieza a filmar ahora mismo. 


Vemos un tráiler en la tele de él yendo por la ruta en el auto con su familia con un bote atado al portaequipaje. Se detienen a descansar en esta misma casa, pero algo tenebroso los espera.


Nos infiltramos en la filmación, hay nueve extras disfrazados de monos. Nosotros también tenemos de esos trajes, la asistente de dirección dice que no necesitan doce monos, con nueve es la escena. Empezamos a actuar como verdaderos animales salvajes, cuyo territorio está siendo amenazado. Arrojamos mierda y piedras a los equipos. Vamos a hacer imposible filmar y romper lo que sea necesario, hasta que se den cuenta que no se jode con nosotros, que van a perder mucha plata si no nos pagan.


Voy en bici repartiendo pedidos. Paso por debajo de la autopista, donde está el local en el que hacemos las reuniones de varones. Paso por un descampado con calles de tierra alrededor, dónde se levantan paredes repentinas que encierran una canchita de cemento pintada de azul.


De repente llueve, pero para. Esquivo autos a toda velocidad. Canto una canción latina clásica de una especie de banda como el charro o los chaqueños palavecinos. Canto a los gritos y en el manubrio de mi bici se proyecta la tapa del disco. En un avenida al lado de la autopista, doblo para el lado de la Boca y después para la izquierda para el lado de Constitución. Paso por la esquina de la juguetería Vempir esquivando peatones y vuelvo a doblar a la derecha para llegar al primer cliente al lado de la plaza Colombia. Me dicen que el pedido lo necesitan dentro de dos horas, no ahora. Me lo pasaron mal en el local y si voy hasta el próximo no voy a llegar a volver a tiempo a este. Aparte se va a enfriar.


Nos tiramos con Lu tirados en el pasto al lado de las vías abandonadas de un tren. El sol pega fuerte, estamos en malla. En la tierra hay enterrados cartuchos de juegos de nintendo por todos lados, como si alguien los hubiera querido enchufar en el barro y el luego el sol los hubiera dejado secos ahí sobresaliendo a medias del suelo. Apenas se ven porque llaman más la atención, por su mayor cantidad, los hongos cucumelos que crecen de todos lados. Hay un inevitable olor a bosta de cebú. Del lado opuesto de la vía se ve el clásico fondo de pantalla de windows, la lomita esa doble con pasto que se recorta contra el cielo celeste de fondo. Lu habla contenta, está feliz de estar al sol, disfrutando las vacaciones conmigo. Yo la freno y le digo que no sé si este es el mejor lugar para mí. Que es muy hermoso pero que los hongos son muy tentadores y me están dando ganas de drogarme. Ella no sabía que esos eran cucumelos, se ríe y me da la razón. Nos estamos por ir cuando se empieza a escuchar música a lo lejos. Apoyo mi oreja en la vía del tren, por un instante temo que no esté tan abandonada. A lo lejos más allá de los hongos, los cartuchos de nintendo, los pastizales altos y las dos lomitas: allá donde el horizonte une las líneas de metal veo venir a Paquito y Catriel cantando la de bolsa de kilo de cucumelos. Nos quedamos a esperar que lleguen acá, tal vez hasta podamos levantarnos a los pendejos.


Atravesamos el patio de juegos de una escuela abandonada. De vuelta todo derrumbado, ladrillo pelado, ventanas con agujeros. En el patio hay juegos oxidados, calesitas fuera de eje, hamacas colgando de una sola cadena y rejas todas dobladas ya sin delimitar nada. Está el detective amigo de Jim Gordon en la serie Gotham, una persona más que creo que soy yo y no sé bien si soy la esposa del primero y una colorada alta de rulos muy hermosa. Estamos discutiendo sobre encontrar un lugar para descansar. La colorada nos dice Bitch no sé qué. Como que ella tiene las llaves de la escuela abandonada y necesitamos su ayuda. Así que vamos los tres a buscar refugio.


Las luces blancas de la oficina bañan todo, en breve tenemos que ir cerrando para poder ir al recital. Ellos siguen sin querer pagarme y cada vez que les pregunto se sonríen cómplices entre sí. Cuando termina la jornada todos cerramos las laptops y salimos al mismo tiempo. Nos dicen que llevemos está carpa de circo, no entiendo para qué. Empezamos a nadar por un río y nos metemos nadando en una cueva a toda velocidad, el río pierde profundidad y sin darnos cuenta estamos deslizándonos por una superficie de plástico enjabonada, la cueva desemboca en una carpa de circo gigante con música y piso acolchado que rebota. Todos estamos ahí, la gente del pueblo, los mafiosos, los detectives, Catriel, Paco amoroso, el delivery, la gente del local, los pibes de la reunión, Ventura, el equipo de filmación, la gente disfrazada de monos, Lu, Manu y yo. Ya no queremos plata, ya no nos importa nada, ahora entendemos todo, esto es la mejor experiencia que jamás vivimos y valió la pena.


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