Era un restorán muy pintoresco que estaba situado en una esquina bastante céntrica. Se llamaba “La deliciosa” y a Ivan le encantaba comer ahí los viernes por la noche. Ivan era un joven de unos 22 años, que vivía en la misma cuadra donde quedaba el restorán, tenia ojos claros y pelo castaño claro, era un aficionado a la música y tocaba el bajo en una banda de rock. Vivía solo y no le gustaba cocinar, por ende la comodidad solía arrastrarlo a “La deliciosa”. Ivan amaba comer ahí y ya conocía a todos los mozos y cocineros.
Fue una noche de verano en la que Ivan se había olvidado de sacar la basura cuando descubrió todo. Entre diversos insultos se puso unas alpargatas y bajó en shorts y musculosa a la calle a dejar la basura. Eran las 12 de la noche pero quizás se la llevara un cartonero. La calle estaba desierta y expectante. Era como si cada farol, cada tacho, cada baldosa y cada papel estuviera conteniendo la respiración para no perderse ni el último y más mínimo sonido de lo que iba a pasar. Esta sensación se interrumpió por una estridente carcajada de hombre y el comienzo de una canción de cumbia que transformó la situación de expectación por una de desagrado ante tan mal gusto.
Iván vivía solo, su padre estaba fuera del país y no hablaba con él hace años. Su madre no le caía muy bien y solo lo veía una vez al mes. Sus amigos habían ido a bailar a un boliche muy movido que a él no le agradaba y se había peleado con la novia ayer. Entre tanta soledad decidió que no tenía nada mejor que hacer que ir a chusmear que pasaba detrás de la cocina de “La deliciosa”.
Aunque conocía a todo el mundo y estaba en su barrio, por algún motivo decidió aercarse en silencio y a cada paso sentía el peso de toda la calle observándolo. Cuando llegó al callejón donde estaba la puerta trasera del restorán ya podía distinguir claramente la música y eso no le alegraba mucho (“mato a un rati, me fumo un caño...”). no entendía cómo la gente tan simpática del restorán podía tener tan mal gusto. El callejón estaba levemente iluminado por la luz que salía desde la entreabierta puerta trasera del restorán. El callejón estaba al igual que la calle desierto, pero aquí, a pesar que la música rompiera todo el clima de misterio, se remarcaba lo expectantes que estaban las cosas, como si fueran testigos de algo que los hombres no pueden ver y no tuvieran manera de contarlo.
Desde la entrada del callejón no se podía ver mucho y la curiosidad del joven lo fue llevando, paso a paso, hasta la puerta entreabierta donde vio un espectáculo que lo sorprendió, pero no más que lo esperado. Desde la puerta entreabierta podía ver al personal de “La deliciosa” bailando con varias mujeres que tenían la apariencia de ser prostitutas (“puta, sos una puta” decía la canción que sonaba en el equipo de música “hay que puta que sos”). Después de observar unos minutos Ivan vio como los cocineros y mozos abandonaban el baile y empezaban a hacer otra cosa, por lo cual decidió que ya había invadido bastante su privacidad y se fue.
Cuando salió del callejón se detuvo casi decepcionado de haber encontrado una fiesta y no haber visto nada demasiado inusual. Pensando en los extraterrestres y los guisos de rata que esperaba encontrar descubrió un paquete de puchos en el bolsillo, pero cuando se disponía a fumar el único cigarrillo que le quedaba se le calló el paquete entre unos tachos de basura. Fue mientras que estaba agachado entre los mismos, que, con un grito y un golpe, una de las mujeres salió corriendo del restorán. Ivan alzó la cabeza justo para ver como un cuchillo salía volando y se le clavaba a la mujer por la espalda. Comprendió que debía observar el resto de la escena en cuclillas. Un cocinero y un mozo salieron y de forma espantosamente rutinaria se llevaron el cuerpo para adentro y entre murmullos Ivan escuchó:- Tiene buenos músculos, va a hacer una buena carne-
-Sí, va a servir para los churrascos-
Pasaron treinta minutos en los que Ivan Estuvo tan duro como las baldosas e igual de expectante. Escondidos bajo los sonidos de la cumbia le llegaban los gritos de dolor y pánico de las prostitutas. A pesar de su miedo decidió asomarse de nuevo por la puerta y en el más completo silencio observó una escena terrible y repugnante: una luz tenue y amarilla iluminaba las mesas donde dos prostitutas eran destripadas y cortadas en pedazos, en un rincón unos mozos acomodaban unos cadáveres (con un necrofilico exceso de manoseo) y, mientras guardaba en el congelador una mujer ya destripada y cortada, el cocinero mayor decía:- La cagaste Carlos ahora que se asustaron van a hacer una carne de mierda, toda dura.
-Perdón jefe- dijo el mozo.
Fue lo último que dijo antes de que otro mozo le partiera el cuello con un palo de ablandar carne. Ivan gritó del susto y en una milésima de segundo comprendió que tan mal había metido la pata. Salió corriendo cuando todos empezaban a comprender que el grito provenía de la puerta y entró en su casa cuando ellos salían al callejón. Escondido desde el balcón los observó ir hasta las esquinas buscando a alguien. No sabía si lo habían visto, pero lo que más lo preocupaba en ese momento eran todos los churrascos que se había comido en ese lugar.
Mientras se doblaba vomitando en el baño escuchó el peor sonido que podría haber oído en su vida entera: el timbre. Lo raro es que era el de adentro, no el de abajo. Se quedó agazapado en el baño unos minutos y cuando menos lo esperaba el visitante se fue. Le llamó la atención un sobre que este había pasado por debajo de la puerta antes de irse. Al abrirlo leyó una carta que decía:
“Querido Ivan Kachuk:
comprenderá que el secreto es esencial para la estabilidad de nuestro negocio. Como gente civilizada y de negocios que somos le dejamos esta suma de dinero para no tener que vernos obligados a hacer algo desagradable."
En el sobre encontró 10.000 pesos y se quedó aliviado, pero no sabía qué hacer. Se había salvado la vida y había ganado dinero, pero... ¿a qué costo? ¿Podría vivir con la culpa? Estas preguntas los mantuvieron despierto toda la noche y cuando se decidió ya era la tarde y tenía hambre. Se baño, se cambio y se fue hasta “La deliciosa”.
Todos los mozos lo vieron entrar y siguieron cada aso hasta que se sentó en su mesa de siempre, junto a la ventana. Un mozo se le acercó y con una voz de ultratumba le pregunto que quería. Mientras abría el diario que estaba en la mesa Ivan dijo:- Una ensalada, por favor- levantó la mirada y le guiñó el ojo al mozo, provocando que todo el personal del restorán soltara un sonoro suspiro.
1 comentario:
por alguna razon me imagine el restaurant que esta enfrente de lo de juanno
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