Llueve, la noche se llena de ruido y movimiento constante. Se puede ver poco, la lluvia mantiene todas las cabezas gachas. Arriba en el cielo la noche era rasgada por los aviones, pero todavía no sangró.
“Aquí cóndor jefe, inicia fase uno. Cambio.”
María y Juan caminaban abrazados y apretujados bajo el aporreado paraguas rojo. Estaban cruzando Avenida de Mayo y vieron un tumulto extraño en la plaza. Pero llovía mucho y estaban lejos.
¡BUM!
-¿Eso fue una bomba?
-No, debe haber sido un tru...
¡BUM!
-corre
¡BUM!
El paraguas se perdió y tampoco importaba.
¡BUM!
Un colectivo se abrió paso a través de la cortina de agua. La pareja se subió mientras los estallidos seguían retumbando desde la plaza. Como recién salidos de la pileta se sentaron, muertos de frío pero temblando de miedo. Una vieja, la única persona en el colectivo además del conductor. Los observaba como un curioso insecto, a través de unos anteojos paranormalmente grandes.
-¿Qué pasa chicos se mojaron?
Continuó mirando por la ventanilla con una mirada distraída, como si una sordera la mantuviera ajena a los potentes estallidos. La pareja se abrazó. Estaban tan empapados que no verias las lagrimas. Lloraron en silencio, mientras el colectivo se zambullía en la noche y recorría un camino que no los llevaría a ninguna parte.
Carlos se recostó en el asiento del avión. Al llegar a Barcelona y enterarse de las noticias, se reprocho mil veces no haber mirado más detenidamente la ciudad mientras se alejaba y se empequeñecía en la distancia.
Clara miraba el reloj “3 a.m.”, estruja un repasador, y donde esta Martín. Los estallidos habían llegado un poco apagados al barrio de Montserrat. Pero habían llegado y Martín no. Clara se fumaba un pucho y recorría la casa. Llamó a todos los amigos de su hijo y sabían con quien habían salido, pero nadie sabia donde estaban. Volvía a la cocina y se iba, estrujaba un repasador, se fumaba otro pucho y no sabia que hacer.
“Todos los grupos atentos inicia fase tres”
El agua empapaba y el frío clavaba puñales. La lluvia acompañaba el rugido de las metralletas. Un relámpago distante iluminaba una escena incierta. El trueno, se sentía celoso por el escándalo que lo opacaba. La sangre derramada esa noche cayó como las primeras rocas, que se desprenden inocentemente desde la cima de la montaña, y llegan a la base en forma de avalancha.
Más tarde. O más temprano dependiendo de donde se lo mire. Cuando la lluvia cesó, los primeros rayos de sol rebelaron una plaza llena de cráteres, sin embargo nadie vio un solo cadáver, ni una mancha, todo higiénico, todo impecable. Como el uniforme del general. Su macabra y cruel sonrisa de azulejo saludó a la población en cadena nacional. A pesar de todo lo más terrible no fue el pánico y el terror que genero. Lo terrible era escuchar risas y brindis.
Julián salió a la calle. Porque desde que se entero un peso se instalo en sus hombros. Un peso que le erguía la espalda y le ponía la frente en alto. Que lo hacia marchar solo y ciegamente, sin mirar atrás para ver si alguien lo acompañaría. Porque aunque marchara solo a su muerte, esconderse jamas seria una opción.
sábado, marzo 29, 2008
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