
Las flores flameaban, se extendían sobre el piso, quemándome la planta de los pies. En las paredes los ácidos quemaban el cobre y la plata, los combinaban y los volvían a separar a un ritmo alarmante y yo no dejaba de reír. En los cielos algunas figuras traslucidas convulsionaban, cada tanto alguna criatura se me escapaba por el rabillo del ojo, y nunca llegaba a atraparla. Las plantas gritaban todo lo que nunca había podido oír. Y sin embargo, no hay un final ni una historia, quizás se hallan abierto las puertas del infierno, pero el ácido diluye y mezcla todo tan rápido que pronto lo olvidaremos.
3 comentarios:
jajaj que sopresa que lo hayas leido. bueno cuando quieras comemos choris. los de la costanera se re ponen ajajaj beso lau
iriarte y vyetes. la mejor carne del mundo
JAJAJAJ me estoy acordando que una vez cuando fuimos a la masoneria con los chicos comimos un chori ahi.
Que ricos tiempos .
Publicar un comentario