viernes, agosto 14, 2020

EXCURSIÓN

Martes feriado, voy a darle una mano a mi vieja. Sin tocarla, obviamente. Me viene contando que está mal. Desde que empezó la cuarentena durmió de a tramos de una hora todos los días, por dos semanas. Las palabras se arrastran cansadas para salir de su boca, atravesar las líneas telefónicas y llegar hasta mis oídos. De a ratos se queda callada sin poder completar las frases. 


Tengo armado un permiso de esos que se bajan de la página del gobierno de la ciudad, declaración jurada, una foto de su DNI, del mío, partida de nacimiento, facturas de servicios porque ninguno tiene la dirección actualizada, todo. Pido un auto y salgo, primero a la casa del psiquiatra a buscar la receta. Todavía no se implementó la medida para recetas virtuales. También es cierto que no es lo mismo ir a pedir insulina porque te morís y no altera los estados de conciencia. Las drogas que pegan siempre son más difíciles de conseguir. Si vas desarmado a buscar clona con la foto de una receta, a altas horas de la noche, es muy probable que el farmacéutico te rechace como un fisura más de las oleadas que van a chamuyar su próxima dosis. Receta en mano seguimos.


La charla se va dando. Los comentarios que siempre suenan en mi cabeza, hoy salen y me sorprenden por completo. Lo que es la abstinencia de contacto social, carajo. Mi yo interior me mira como en tercera persona, extrañado: ¿quién es este tipo que habla con el chofer? Mis típicos ajás, mirásvos, claros y sontodosunostemas dan paso a una calidez, buena onda y verborragia sin par. Dice vivir solo, que salir a laburar lo ayuda a despejar. Solo lleva gente que tenga que moverse sí o sí, para asistir a un familiar, por fuerza mayor o laburo. Siempre con permiso de circulación. Cuando me dice que su gato es re gede, le está encima y que es un gato-perro no me reconozco contestando. Normalmente me guardaría la información, pero me encuentro diciéndole que mi perra es perra-gato. Se esconde y ni la ves, busca mimos cuando quiere, después se va y te corta el mambo. 


Le cuento la situación de mi madre. De lo raro que resulta juntar las cosas para ir más lejos que al supermercado. De lo confundida y asustada que está la perra con que ahora le lavamos las patas cada vez que vuelve de los paseos. Es raro agarrar la SUBE, insólito ni recordar dónde la tenía. Llevar el celular, no suelo llevarlo para no manosearlo.


Ambos nos sorprendemos de lo vacío que está todo. No conocíamos Buenos Aires así. Me gusta que le simpatice Fernández y que se enorgullezca de que la población acate la cuarentena. Se pone optimista, las cosas van a cambiar, la gente va a ser más solidaria. En su frase de que todos nos dimos cuenta que necesitamos a los demás, reconozco algún discurso prefabricado y repetido. Igual me gusta, ahora vamos a refundar la URSS, pero esta vez bien. Coincidimos en que esto es de ciencia ficción, sentimos cierto distanciamiento con lo real. Un no-terminar-de-caer, sentimiento de estar viendo una peli desde afuera. Pero no, estamos acá adentro. Pasamos por eso de que, si es un virus chino o yanqui, si es una guerra biológica medio rápido, por arriba. Después me tira la onda new-age que no me cabe mucho de que la naturaleza nos está dando un mensaje. Le digo que son ciclos, que cada tanto viene una enfermedad a ordenar un poco las cosas. Hace diez años fue la gripe A, que tampoco fue tan grave. Le recuerdo que una vez tuvimos el cólera y había que tomar agua con lavandina. No teníamos memes, que bajón pasar una pandemia así 


Llegamos a la farmacia, adquiero la receta e ibuprofeno para los ovarios de Lu. La misión es un éxito. Le aviso a mi madre que llego, me pregunta si tengo llaves. Le digo que no, que baje ella. Abre el vidrio de la puerta de calle, le paso su medicación por la reja, me da el tercer libro de la saga de los Confines. Le comento que no quedan más huevos en Catalinas y me dice que los venezolanos de la esquina tienen un montón. Mientras hablamos pasan dos minas con maples en mano para graficar lo real de la afirmación. Hay cuidado y gesto de cariño, aunque no se pueda el abrazo. En las charlas yo me di cuenta que ella buscaba este cariño de hijo, más todavía que las pastillas. 


Vuelvo triunfante con maple, libro e ibuprofeno. Siento orgullo de ser buen hijo. La excursión me puso un poco contento. En el barrio hay un camión dándole vueltas a los edificios, al conocido anuncio de hayhuevoseñorahayhuevo. Averiguo y están más caros. https://issuu.com/tec_comu/docs/fanzineencuarentena

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