El bastardo bailaba y yo lo mirabailar. Era una especie de duende irlandés. De esos que se encuentran junto a la olla de oro y al final del arco iris. Que llevan pantalones hasta la rodilla, van todos de verde, con sus gorritos y sus zapatos con hebillas. Bailaba y hacia malabares con tres flanes. Cuatro flanes, cinco, seis, siete, doce, quince. Y de golpe toda la pantalla se llenó de flan.
“GAME OVER”
Suspiré
“INSERT COIN”.
-Ándate a la mierda.
Me alejo de la máquina y voy hasta la pared. Hay un espejo, de marco ovalado negro y con muchos fileteados alrededor. Cuando estoy por vislumbrar la cara, toda la pared esta llena de espejos. Yo tengo un chaleco de fuerza, el cuarto es todo blanco, blanco y acolchonado. Desde la ventanita de la puerta veo asomarse al lobo. Tiene un tubo de teléfono rojo en la mano. Me llama, y ahora hay un teléfono idéntico, sonando al lado mío. No puedo atenderlo, pero lo miro a los ojos y me aterroriza, me domina. Habla directamente desde mi cabeza, se abre paso rugiendo desde lo más profundo del subconsciente. Eso no impide que el teléfono me taladre los tímpanos. En ese instante llega el enfermero, una jeringa verde, del mismo tono que su guardapolvo, su barbijo y su gorrito. Todo suave y tranquilo. Es moreno, Es un pequeño armario disfrazado de enfermero. Yo me pongo a llorar desde que lo veo entrar. El lobo entra con él e intentatacarlo, camina a su alrededor a una velocidad irreal, mientras el enfermario camina tan lento como si nos separara hierro sólido. El teléfono me va a hacer sangrar todos los orificios del cuerpo. Pero él no se intimidaba con el lobo, no escuchaba el teléfono. Para el son solo alucinaciones, no puede verlos, no puede racionalizarlos y entonces no existen (en él). Porque algunas cosas solo necesitan que creas en ellas para ser reales.
-No llores- malinterpreta el enfermario.- Sabés que te hace bien.
Una sonrisa instantánea se dibuja en mi cara. Mientras ese elixir esmeralda se ramifica en mis venas. Viaja a través de mis sentidos, nulifica todos mis males. Comprendan, el lobo no tiene tiempo de agitar el puño amenazadoramente en el aire, desaparece, no se desvanece, no se esfuma. Como un recorte de cámara muy malo, esta y de golpe no esta más. El enfermero se empieza a desvanecer, mientras me habla en cámara lenta a través del algodón de azúcar. Y todo el cuarto toma colores, mientras me recuesto y me dejo llevar por una marea violeta, que me arrastra suavemente hacia dulces islas, muy muy lejos de donde aguarda el lobo.
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